«Si la humanidad desapareciera, el mundo se regeneraría en 50 años. Si los insectos desaparecieran, el ecosistema colapsaría en unos pocos meses.»

Edward O. Wilson.

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Tierra, tierra… Agua, agua… ( I )

Es curioso. Juan Rodríguez Bermejo o Rodrigo Pérez de Acevedo son nombres casi absolutamente desconocidos. Sin embargo, ellos corresponden a una misma persona que ocupa una línea inolvidable en las páginas de la Historia. Se trata del marinero español bautizado como Rodrigo de Triana en el cuaderno de bitácora de Cristóbal Colón. Hijo del moro Vicente Bermejo vivió en el barrio de Triana, en Sevilla. Su padre murió quemado en la hoguera acusado de comerciar con los judíos. Rodrigo integró la tripulación de la expedición del Gran Almirante y desde lo alto de los palos de la nao “La Pinta”, cumpliendo sus funciones de vigía, en la madrugada del 12 de Octubre de 1492, visualizó Guanahani, pequeña isla del archipiélago de las Lucayas.

Su grito, real o imaginario, quedó grabado para siempre en las páginas de la historia universal.

Tierra, tierra….”

Los europeos se habían encontrado con América. Allí estaba ese inmenso territorio hasta entonces ignorado por la cultura metropolitana. Plagado de “minorías étnicas” que habitaban un suelo feraz, parecía ofrecer a los conquistadores selvas inconmensurables regadas por caudalosos ríos que, con generosidad sin límites, esparcían la vida a diestra y siniestra. Pero, ellos no llegaron ni a civilizar ni a cristianizar sino a buscar riquezas que cambiaran el ritmo de sus vidas.

En ese entonces, ¿Quién iba a pensar que muchos de sus descendientes, 517 años más tarde, abrumados por la desertificación, los incendios forestales, la contaminación, la inmisericorde explotación minera, la acción humana en general, cambiarían el grito de Triana por el de  “Agua, agua….” ? Por siglos y siglos, la humanidad pensó que el “recurso agua” era ilimitado y solo ahora se tomó conciencia de que era finito. Se trataba de una convicción semejante a la que tienen los ideólogos de la sociedad de consumo que se niegan a aceptar que es simplemente estúpido imaginar que puede haber una producción sin límites hecha sobre la base de recursos naturales finitos.

Uno de los países en crisis hídrica, es Chile.

La amenazante escasez del recurso, debe ser vista a partir de la reforma del Código de Aguas de 1981, impuesta entre gallos y medianoche, sin debate ni discusión ciudadana, por la dictadura gremialista-militar. Con la dosis de cinismo adecuada (que puede encontrarse en otros ámbitos), el artículo 5 de dicho cuerpo legal, estableció lo siguiente: “Las aguas son bienes nacionales de uso público y se otorga a los particulares el derecho de aprovechamiento de ellas conforme a las disposiciones del presente Código”. Es decir, en buenas cuentas, la declaración de principios contenida en las primeras ocho palabras del texto transcrito, es borrada de un plumazo de inmediato haciendo posible la apropiación privada gratuita, perpetua, transable y heredable, y, por lo tanto, sujeta a la especulación sin límite, de las aguas. Entre paréntesis, muy interesante sería que se requiriese del tan cuestionado Tribunal Constitucional un pronunciamiento categórico sobre este tema específico ya que la disposición general en cuanto a que “las aguas son bienes nacionales de uso público” queda absolutamente sin efecto por el sistema de apropiación gratuita por parte de privados que se permite, sin pago alguno, en las disposiciones siguientes. Debiera entenderse, en nuestra opinión, que el legislador no puede establecer, en ningún caso, requisitos de tal naturaleza y nivel de exigencia que hagan imposible el ejercicio de los derechos que la misma Constitución establece.

El presidente de la Asociación Gremial de Agricultores de la Provincia de Petorca (AgroPetorca) Alfonso Ríos Larraín, (militante del Partido Republicano de José Antonio Kast, en formación) ha sido claro en precisar cuál es la posición de los beneficiarios de la privatización del agua por parte de la dictadura: “El Estado puede expropiar el agua pero que pague por ello un precio de mercado”. Acto seguido fue taxativo en refutar “la tesis científica de que el mayor responsable del cambio climático es el ser humano”.

En estos días, la prensa escrita ha publicado numerosas notificaciones, generadas desde  la debilucha Dirección General de Aguas, mediante las que se informa que serán rematados los derechos de aguas por el “no pago” de las patentes correspondientes las que son, por supuesto, ridículamente exiguas. Llama la atención que grandes empresas sanitarias, como ESSBIO, aparezcan en esta nómina de deudores morosos.

El tema planteado, que es mirado con vergonzosa indiferencia por nuestras autoridades, es de una gravedad extrema. El “recurso agua” es crecientemente escaso. Su aprovechamiento en beneficio de la población total constituye, más allá de las palabras, un derecho humano incuestionable. Dejarlo en manos de inescrupulosos empresarios que lo adquirieron ilegítimamente en perjuicio directo y vital de cada uno de los habitantes, es inaceptable en una sociedad democrática y que pretende ser civilizada

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