«En último término, la democracia es una cultura de vida. Si sus valores de respeto y tolerancia no los inculcamos  desde la familia y la escuela, estaremos dejando que la barbarie y la violencia se impongan»

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Editorial: ¿Votar o no votar? Ese es el dilema.

Cuando faltan pocos días para las próximas elecciones municipales, la incertidumbre mayor no la genera la suerte de los candidatos a alcaldes y a concejales (al cabo de todo el destino de la mayor parte de las comunas no va a experimentar cambios importantes quienesquiera que sean los electos) sino el nivel que alcance la participación ciudadana.

La torpe decisión que transformó el  derecho de sufragio en un ejercicio voluntario y la carencia de formación cívica que el país experimenta tanto a nivel de la educación formal como de la educación informal, han desvalorizado el proceso democrático.

La no concurrencia a sufragar se ha justificado  por las duras y merecidas críticas que las elites políticas se han ganado. Pero, tras ese argumento se esconden la flojera individual y la desaprensión conque millones de personas se han acostumbrado a mirar la cosa pública.

Conceptos tan básicos como el de entender que en el  rito democrático todos nos igualamos y que nuestro voto es el responsable de decidir quienes serán los que regirán la comunidad, son mirados con escepticismo por individuos que se han ido acostumbrando a la idea de aceptar la inercia de los  hechos sin tener que molestarse.

El problema es bastante simple. Si las actuales autoridades de la comuna no me gustan ya sea por sus capacidades o por su gestión, si ninguno de los postulantes me satisface, mi deber moral es protestar.

¿Cómo?

¿Permaneciendo en mi casa en una actitud abstencionista que nadie podrá entender qué significa si es que significa algo? ¿O concurriendo a cumplir mis obligaciones cívicas ya sea votando por “el mal menor” o votando en blanco o anulando?

El primer camino implica que lo que suceda en mi entorno, lo que suceda con los demás, no me quita el sueño. El otro camino, por su lado, implica que valoro mi calidad de ciudadano, que uso mis derechos políticos, que me “empodero” y que mi molestia o mi indignación la expreso y la asumo frontalmente. Abstenerse significa sumarse a una masa informe cuya voz no puede ser valorada pues nadie puede precisar cuales fueron los motivos de la “no participación”. Por el contrario, sufragar implica valorarse a sí mismo, asumir que soy una persona madura que tiene juicio y opinión sobre la gestión de mi comunidad y que, en el momento que corresponda, estoy dispuesto a jugarme por mis convicciones y a pedir cuentas a mis mandatarios.

La sociedad chilena se ha ido acostumbrando a la crítica permanente e inconducente, a una crítica que no propone ni busca soluciones, sino que permanece sumida en la amargura negativa, en la grosería anónima, en la proclama de las soluciones fáciles e inmediatas y que es incapaz de considerar la complejidad de los problemas.

Si se quiere contribuir a hacer mejor la comuna o el país en los cuales vivimos, lo menos que podemos aportar es compromiso y participación. Si cumplimos con ello, tendremos derecho a exigir y estaremos  dando una lección de civismo que nos hará mirar las cosas de una manera distinta y que, sin duda, servirá de ejemplo para los demás y, sobre todo, para las nuevas generaciones.

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