«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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21 siglos nos visitan

Hasta <laventanaciudadana.cl> llega un texto del insigne orador romano Marco Tulio Cicerón, Sus palabras, pronunciadas en el año 55 antes de Cristo, sirven como punto de partida para una reflexión:

“El presupuesto debe equilibrarse,

el Tesoro debe ser reaprovisionado,

la deuda pública debe ser disminuida,

la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada,

y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota.

“La gente debe aprender nuevamente a trabajar

en lugar de vivir a costa del Estado”.

El problema central de muchas sociedades modernas, es de carácter cultural, entendiendo la cultura como la forma en que cada persona se relaciona con otras personas  y con el medio social y físico  en que desarrolla su vida.

De las frases transcritas, cuya vigencia puntual puede ser discutida, fluyen, sin embargo, algunas enseñanzas ineludibles y que son plenamente aplicables a la sociedad chilena.

La primera, por supuesto, es la necesidad de generar una cultura del trabajo. Durante mucho tiempo, los gobernantes han sido incapaces de plantear claramente a sus representados que avanzar hacia el desarrollo requiere esfuerzos y sacrificios. En último término, ni el derecho a la vivienda es gratuito ni tampoco lo son el derecho a la salud y a la educación, entre otros. Cuando irresponsablemente se pretende que “el Estado” financie cada aspecto de la vida de las personas, se oculta una verdad esencial: en último término el Estado es cada integrante de la comunidad. El país olvidó el auge y la caída del salitre y, ahora, se está al borde de revivir esa experiencia con el cobre.

Otra lección importante tiene que ver con la sobriedad, la austeridad, la sencillez de vida. La savia de la cultura neoliberal está en el consumo, en la adquisición constante de lo innecesario y de lo desechable, el individualismo y la carencia de solidaridad. La ostentación y el lujo se han transformado en un hábito que fragmenta la sociedad y que hiere la naturaleza humana al llevar a las personas a autovalorarse no por lo que son sino por lo que tienen.

Por último, otro aspecto destacable es la referencia a los funcionarios públicos que, con frecuencia, actúan con arrogancia, olvidan su calidad de servidores y cumplen sus obligaciones burocráticamente sin tener presente que quienes demandan su atención son personas concretas, en la mayor parte de los casos personas vulnerables.

La vida en sociedad es tarea de todos. Es cierto -¡qué duda cabe! – que las normas que la rigen deben estar inspiradas en principios mínimos de justicia y equidad pero, la lucha por hacer realidad tales principios, no puede llevar a olvidar las responsabilidades personales.

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