
A EMPRENDER, MUCHACHOS (I)
En los casos en que les economías nacionales entran en crisis, sus primeras víctimas son los trabajadores asalariados Algunos, tras vivir gran parte de su existencia como dependientes de una empresa y acostumbrarse a recibir periódicamente una remuneración más o menos estable, se encuentran sorpresivamente privados de ese ingreso que les permitía subvenir a sus necesidades y a las de su familia. Otros, tras cursar estudios técnicos o profesionales y recibir su anhelado cartón se encuentran con la dura realidad: el señor “mercado” no necesita sus servicios. Finalmente, un tercer grupo que carece de experiencia o calificación laboral, deambula por sucesivos trabajos precarios sin más horizonte que la mera subsistencia.
Ante estas notorias evidencias, lo primero es enfrentar la realidad. Aun cuando los índices de crecimiento puedan experimentar un alza llamativa, lo cierto es que siempre en las economías modernas encontraremos un porcentaje significativo de desocupados. La tecnificación del sector rural lleva que cada día se ocupe menos gente. La sustitución del cultivo agrícola por la actividad forestal, implica menos ocupación. Las actividades extractivas, como la minería, tienen un techo y obviamente una tendencia a la tecnificación, debiendo considerarse además que están sujetas a las fluctuaciones de la demanda internacional. La actividad manufacturera debe enfrentar la fuerte competencia de países que producen masivamente y que reducen sus costos explotando a sus trabajadores y contratando mujeres y trabajo infantil. Por otra parte, no debe olvidarse que está “en el alma del capitalismo” la necesidad de mantener un “ejército de desocupados” como reserva humana indispensable para presionar las remuneraciones “a la baja”.
En tiempos de crisis, la respuesta pronta de los empleadores es el “despido”, Antes de pensar en reducir gastos innecesarios o apretar los costos por el lado de los beneficios extraordinarios que reciben directores, gerentes y ejecutivos en general, antes de explorar la posibilidad de ampliar la gama de fabricación y de comercialización, la respuesta dura y rápida es, como se acostumbra a decir hoy en una mezcla de cinismo y de siutiquería, “la desvinculación”.
Así, en economías relativamente desarrolladas como los casos de Grecia y de España, ha sido fácil llegar a cifras cercanas al 30%. Tras eso, viene, en el mejor de los casos, una lenta recuperación que tardará décadas y que llevará ese porcentaje a niveles “decentes” del 7 al 10%.
Este universo de gente y familias sin trabajo (y, por tanto, sin ingresos) tiene ante sí, tres vías: la delincuencia (abierta o subrepticia), el emprendimiento informal, por lo general absolutamente desregulado y descontrolado (comercio en la vía pública o clandestino) y el emprendimiento formal, es decir sujeto a las normas legales tanto en su constitución como en su operación y cumplimiento sanitario y tributario.
El mundo informal (que se mueve ajeno a todo tipo de fiscalización y que, por lo tanto, es muy difícil de dimensionar), alcanza volúmenes importantes de actividad. El economista peruano Hernando de Soto, hace un par de décadas, dedujo, a través de una serie de largas investigaciones, que en el país del Norte sobre el 50% de la actividad económica total del Perú, se desenvolvía en este campo. Locomoción colectiva y transporte, fabricación, construcción, comercio, recreación, crédito ilegal, constituían algunos de sus rubros más importantes.
¿Cuál es hoy esa “realidad” de nuestro país que es necesario asumir?
Los datos duros con los cuales es necesario trabajar:
1.- En el trimestre móvil abril- junio la tasa de desocupación a nivel nacional, llegó al 7%, con un incremento leve de 0,1% respecto a igual trimestre del año anterior.
2.- En estos mismos 12 meses, se generaron casi 80.000 puestos de trabajo, de los cuales 66.500 correspondieron al sector público. Por su lado, la actividad privada solo incrementó en 13.330 el número de ocupaciones.
3.-El empleo asalariado en el sector público llegó a los 961.000 puestos de trabajo.
La economía chilena permanece en un nivel de estancamiento que los opositores al actual Gobierno atribuyen primordialmente a las erradas políticas seguidas en especial en materia tributaria y que habrían derivado en la pérdida de confianza de los diversos agentes económicos, y que, por su lado, el Gobierno de Bachelet atribuye a factores exógenos como la desaceleración de las más importantes economías del mundo, especialmente las asiáticas. Por supuesto, esta es una discusión de nunca acabar. Lo que es claro es que ambos factores tienen un grado de responsabilidad no siendo este este el momento adecuado para ponderarlos adecuadamente.
Como las familias y las personas necesitan subsistir, la peor actitud posible que se puede asumir es la de permanecer inertes, angustiados, desesperanzados. La desocupación no solo es un problema económico sino que también es un problema social y psicológico que arrastra a la depresión individual y a la destrucción de las familias.
La voluntad de romper esa inercia es el punto de partida, factor que reclama el compromiso de la familia a través de una actitud positiva y de colaboración. Es ejemplar, el caso de algunos mineros de Plegarias, en Curanilahue, que fueron invitados a sumarse a programas de emprendimiento a través de cultivos hidropónicos y de floricultura. Rechazaron ambas actividades por no considerarlas propias “de hombres”. Sus mujeres y sus familias se involucraron. El tiempo dijo quiénes tenían la razón.
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