«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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¿Celebramos, lloramos o conmemoramos?

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

El pasado viernes 5 de octubre se cumplieron treinta años desde la realización del histórico plebiscito  convocado por el Gobierno de la época de conformidad con el artículo 27° transitorio de la Constitución Política de 1980.

Las nuevas generaciones desconocen, en general, todos los antecedentes relativos a este hecho que marcó definitivamente el devenir futuro del país.

La norma   referida establecía expresamente: “Corresponderá a los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y al General Director de Carabineros, titulares, proponer al país, por la unanimidad de ellos, sujeto a la ratificación de la ciudadanía, la persona que ocupará el cargo de Presidente de la República en el período presidencial siguiente al  referido en la disposición décimo tercera transitoria”.

Más adelante se disponía que si no se aprobara (por parte de la ciudadanía)  tal proposición “se entenderá prorrogado de pleno derecho el período presidencial continuando en funciones por un año más el Presidente de la República en ejercicio y la Junta de Gobierno”.

Nada de lo dicho sería comprensible si no se entendiera que ello formaba parte de un tinglado concebido por los ideólogos de la “Comisión Ortúzar” para mantener la dictadura gremialista-militar por un período de, a lo menos, veinticinco años.

Resulta insostenible la sola idea de que este tramado tenía por objeto fijar un itinerario destinado a  restablecer el régimen democrático. En efecto, la nominación del General Pinochet como primer mandatario, había sido aprobada en una Consulta realizada el 4 de enero de 1978 sin registros electorales, mediante una ambigua pregunta que al mismo tiempo condenaba la supuesta agresión al país por parte de las Naciones Unidas y a la vez lo confirmaba como legítimo gobernante. La convocatoria fue rechazada por la Contraloría de la República por ilegal e inconstitucional, razón por la cual el régimen designó como Contralor “ad hoc” a su Ministro del Interior Sergio Fernández quien procedió a darle curso al decreto de inmediato. Por otra parte, la Constitución de 1980, que hacía posible aplicar el mecanismo descrito, fue aprobada en un plebiscito también carente de registros electorales, sin Tribunal Electoral que calificara sus resultados, sin derecho a expresarse de sus opositores. El mismo texto plebiscitado disponía que “transitoriamente”  las normas fundamentales establecidas en el cuerpo del documento,  no se aplicarían hasta nuevo aviso.

En síntesis, tanto la presidencia como la normativa, carecían claramente de toda legitimidad.

En este cuadro, se puso en marcha el mecanismo ideado, y los cuatro “grandes electores” propusieron la candidatura presidencial  de Augusto Pinochet, encontrándose en su transcurso el poder gobernante con una sorpresa formal  inesperada: el Tribunal Constitucional de la época dispuso que el plebiscito no podría realizarse sin registros electorales y sin un tribunal calificador. Establecidos los registros, tras una dubitativa actitud inicial,  fue incrementándose la inscripción masiva de la ciudadanía a medida que importantes actores políticos y  sociales,  se fueron comprometiendo con el proceso.

El resultado final es sabido. En la madrugada del día 6, en momentos en que Pinochet convocaba  a la Junta de Gobierno para  una operación destinada a desconocer el veredicto ciudadano, el General Fernando Mathei reconoció el triunfo del NO y   a partir de entonces el país transitó por el camino que todos conocemos.

El recuento hecho es útil como breve ayuda-memoria.

Sin embargo, este duro y largo proceso cívico que terminó asombrando al mundo, no puede ser simplificado. Decir, como lo deja ver  un conocido filme, que todo  fue fruto del  exitoso manejo comunicacional de algunos publicistas, no se ajusta  a la realidad. Decir que en Chile se derrotó a la dictadura solo  “con un lápiz y un papel”, tampoco. El referendum mismo, como acto electoral,  implicó organización, solidaridad y movilización políticas, reclutamiento de miles y miles de apoderados, establecimiento de  sistemas de control antifraude y, sobretodo, coraje. El plebiscito del 88  fue la culminación de un proceso social profundo en que trabajadores, pobladores, estudiantes, aun a costa de su integridad física y de sus propias vidas, salieron al rescate de  su dignidad herida.

Chile vive, a partir de ese momento, en un clima  de libertad. ¿Qué eso no es suficiente? Por supuesto. Nadie podría racionalmente negarlo.

La tarea inconclusa radica en asumir la convicción y el compromiso democrático como forma de vida. No aceptar que se nos quiera convencer de que la democracia se reduce al ritual de depositar periódicamente un papel dentro de una caja. La democracia es una forma de vida que implica en último término respetar a cada uno  de los demás y respetarnos a nosotros mismos.

Las dictaduras significan que “otros” piensan y resuelven por nosotros. Las democracias significan que todos y cada uno,  asumimos nuestras responsabilidades personales y sociales.

No importa si celebramos, lloramos o conmemoramos. Lo que sí importa es si estamos dispuestos a  hacernos  dueños y conductores de nuestro destino.

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