
¿Cumbres borrascosas?
En general, en Chile los meses de verano constituyen la oportunidad adecuada para que las personas descansen y, en muchos casos, proyecten sus actividades para el año que se inicia. Los capitalinos se vuelcan masivamente hacia las playas o hacia los lagos del sur y el país, burocráticamente hablando, se paraliza. Nadie está en sus puestos de trabajo y una temporada que debiera ser muy bien aprovechada para la ejecución de obras, se desperdicia de forma notoria al extremo que aceras, calzadas, caminos y puentes se comenzarán a ejecutar en los duros meses de lluvias.
2018, sin embargo, presenta algunas singularidades. En marzo, asumirá un nuevo gobierno tras la contundente victoria de Sebastián Piñera, y la Fuerza de la Mayoría, sumada a la Democracia Cristiana, debiera enfrentar un proceso de reflexión cuyas líneas gruesas aún no se vislumbran. El emergente Frente Amplio, pese a sus buenos resultados, se debate en una desorientación bastante ambigua que preanuncia problemas y fracturas.
Tras requerir, a las agrupaciones políticas que lo apoyaron, las propuestas y sugerencias de nombres para ocupar los principales cargos públicos a nivel central y regional, el presidente electo ha hecho público su desagrado ante las respuestas recibidas. Para un par de centenares de puestos de su confianza, recibió casi un millar y medio de proposiciones. La desprolijidad de las colectividades que lo acompañarán durante su mandato fue tal, que muchas personas fueron propuestas para múltiples y diversas funciones, siendo notorio que las preocupaciones de las dirigencias partidarias no apuntan a la necesidad de contribuir a hacer un buen gobierno sino a proteger parcelas electorales. Los próximos días se vislumbran difíciles y ponen al futuro gobernante en la necesidad de ejercer un liderazgo efectivo.
El Frente Amplio, luego de alcanzar una sorprendente cifra de parlamentarios, empieza a presentar grietas preocupantes. En su interior, los conflictos generacionales o de género pasan a adquirir secundaria importancia ante el surgimiento de prematuras ambiciones personales y, lo que es peor, ante una heterogeneidad que se debate entre posturas de entendimiento y gobernabilidad por un lado, y actitudes radicalizantes e intransigentes, por otra parte.
La centroizquierda se debate en un limbo inquietante. Llamada, por decisión de los ciudadanos, a jugar un rol de oposición al nuevo gobierno, se muestra carente de liderazgos verdaderos, y en esta etapa de huerfanía devanea sin rumbo, preocupada solo de copar ciertos espacios institucionales dentro de la actividad parlamentaria para impedir que la mayoría gobernante ocupe toda la cancha. Transcurrido casi un mes desde el desastre electoral de diciembre, no se han alzado voces lúcidas que atinen a digerir las razones por las cuales le ocurrió al sector lo que le ocurrió, y que formulen los cimientos ideológicos indispensables sobre los cuales empezar a construir un futuro aunque sea a largo plazo. Es obvio que las causas son múltiples, que las responsabilidades son tanto personales como colectivas y que, hasta el día de hoy, nadie se ha ofrecido para pagar la cuenta. El caso de la Democracia Cristiana, particularmente, es casi patético ya que esta colectividad luego de sobrevivir a una travesía por el desierto de más de un cuarto de siglo, logró constituirse en el partido más poderoso que registra la historia moderna del país y, pese a los devaneos de muchos de sus dirigentes, logró ser el eje indiscutido de la transición a la democracia. Su definición como un “movimiento nacional y popular” marcó la forma de armonizar los legítimos intereses de los más variados ámbitos de la sociedad chilena, con una vocación de profundo compromiso con la construcción de una comunidad más justa e inclusiva que hiciera realidad la dignidad humana para los sectores más vulnerables, marginados y excluidos. La deficiente gestión del senador Ignacio Walker, que desde la directiva nacional jugó sus cartas personales arrastrando a su colectividad a posiciones retardatarias incomprensibles, significó a su partido una deuda que tardará años en pagar. Hoy, lamentablemente, en vez de procesar la secuela de hechos que llevaron a la Decé al descalabro político y electoral, empiezan a surgir en su seno cacicazgos personalistas que ofrecen milagros y que, por su propia naturaleza, están imposibilitados de insertar a la expresión política del humanismo cristiano en el seno del Chile real, en el mundo social en el que tradicionalmente se han expresado trabajadores, pobladores, mujeres, estudiantes, profesionales, pequeños empresarios.
En este panorama anunciador de borrascas, las salidas son complejas. En la medida en que el nuevo mandatario se posicione en su cargo, puede abrirse un espacio para que se configure una oposición como la que corresponde a un régimen democrático, una oposición ética, propositiva y profundamente enraizada en la defensa de los derechos más fundamentales de las personas.
Déjanos tu comentario: