«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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Editorial: Cada día trae una nueva lección.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Ayer culminó una nueva jornada electoral. Aunque los comentaristas y opinólogos insistieron en caracterizarla como una de las más duras y agresivas tratando de crear  una sensación de angustia y temor, la verdad concreta es que el proceso en su conjunto no tuvo nada particularmente especial en relación con eventos de esta misma naturaleza vividos anteriormente.

Como punto a favor, debe destacarse el hecho de que, en general, fueron acatadas  las nuevas normas que restringieron fuertemente la atosigante publicidad que otrora hubo que soportar,  lo que disminuyó en forma apreciable  el influjo del dinero en los comicios ciudadanos. Como punto negro, por su parte, es necesario señalar el alto nivel de abstención que, al igual que  en oportunidades anteriores, constituye el  síntoma manifiesto del desinterés ciudadano, con una aclaración ineludible: toda comparación con elecciones anteriores (con  inscripción voluntaria y con voto obligatorio) debe necesariamente hacerse  considerando a los no inscritos como “abstinentes”.

Sin embargo, y a fuer de ser majaderos, se hace indispensable denunciar con la mayor fuerza posible que una vez más los aspirantes a la Presidencia de la República entregaron a través de todo el proceso electoral, una lección claramente negativa. Con muy escasas excepciones, las campañas fueron incapaces de centrarse en un debate de fondo sobre los problemas más graves y acuciantes del país, abordados con la seriedad que el electorado  reclama. Los postulantes, con una falta de respeto abismante, siguen creyendo que  la ciudadanía, cada ciudadano en particular, no es más que un consumidor de publicidad al cual es posible engatusar con frases y eslóganes vacíos, con logotipos tricolores con rayas o con estrellas, con jingles pegajosos de mala calidad. Fue fácil constatar que jamás hubo una apelación a la razón, una invocación al sentido del país, un esfuerzo por lograr que las personas comprendieran qué es lo que está en juego en esta etapa y cuan viables son realmente las propuestas que se plantean.

En ciento cincuenta días de campaña, jamás se escuchó una palabra que hiciera hincapié en las responsabilidades y deberes,  personales y colectivos, indispensables para abordar las soluciones que la nación reclama. Tampoco hubo una clara definición de las prioridades que deben definirse puesto que no todos los problemas tienen la misma gravedad y urgencia. Nunca hubo un compromiso explícito con la ética en la actividad política que implicara un categórico rayado de cancha para que todo el aparataje del Estado (Gobierno y servicios, Parlamento, Poder Judicial, Municipios,  e incluso los entes autónomos que considera la estructura institucional) se hicieran cargo de su obligación de servir a la comunidad de manera ejemplar  con honestidad y transparencia, con eficiencia y eficacia, con la austeridad y sobriedad que impone el solo hecho de considerar que Chile aún mantiene significativos sectores  carenciados y vulnerables para los cuales la ilusión del desarrollo no es más que una quimera y la democracia política, un juego de las elites que administran el poder.

Los candidatos y los partidos que se esconden a su alero,  se farrearon (una vez más) la oportunidad de dignificar la democracia convenciendo al hombre y a la mujer, comunes y corrientes, de que no los mueven los apetitos e intereses individuales y grupales, sino un afán sincero de trabajar por una patria buena y justa para todos.

Lamentablemente para ellos, hay un “pero” importante. Si pensaron que para marzo todo el palabrerío de campaña estaría olvidado, se equivocan rotundamente. La realidad política, cultural y social del país ha cambiado profundamente. Las personas no solo han tomado conciencia de sus derechos sino que están dispuestas a exigir niveles básicos de justicia ya que intuyen que no puede haber una plena democracia en la forzada convivencia de clases privilegiadas que se mueven navegando entre el lujo ostentoso y el abuso inmisericorde y sectores excluidos y marginados cuya situación constituye una vergüenza para el país. Y, en ese terreno, la tarea es todos y cada uno.

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2 Comentarios en Editorial: Cada día trae una nueva lección.

  1. A pesar del título del Editorial, es muy lamentable decir que en realidad en nuestro país cada día nos trae una nueva lección, cuando pasan las décadas y el pueblo no aprende absolutamente nada de las experiencias vivídas, y cometen error tras error, tal como lo ha vuelto a hacer con la elección presidencial chilena el día de ayer.

    Los chilenos radicados en el extranjero, parece ver mejor y desde un ángulo diferente las cosas que ocurren en nuestro aporreado país. Así lo demuestra no solamente el resultado de los sufragantes en países extranjeros, sino que en su mayoría le dieron su apoyo a Alejandro Guillier.

    Ya sabemos lo que nos espera con Sebastián Piñera en la presidencia nuevamente. Otro defalco nacional.

  2. Acertado y oportuno comentario editorial. La decencia y la ética en entidades, tanto estatales como privadas, han estado ausentes en los gobiernos de diestras y siniestras desde hace ya más de cinco décadas. Es posible afirmar entonces, rotundamente, que las «instituciones no han funcionado como es debido». Dejemos que las instituciones funcionen, dijo un conocido estadista cierta vez, pero ¿cómo funcionaron y funcionan?, siempre en favor de grandes intereses empresariales cargados a la corrupción y en contra de los ciudadanos que pagan sus impuestos, antes llamado «el sufrido pueblo». La gente de mínimos ingresos es expoliada todos los días del año, metiendo de verdad las manos en sus bolsillos por una gran cantidad de grandes empresas coludidas para ello, como es de público conocimiento.

    No se oyó hablar de este tema a los candidatos en la reciente campaña política. Esperamos que las malas prácticas se terminen alguna vez y regrese la ética a Chile (si es que alguna vez la hubo) para poder aspirar en algún siglo venidero a ser un país desarrollado de verdad.

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