
Punto de llegada… y punto de partida.
Luego de varios meses de campaña, la ciudadanía chilena ha dado su veredicto en la forma que corresponde a un régimen democrático.
SEBASTIÁN PIÑERA ECHENIQUE ha triunfado obteniendo aproximadamente el 54,5 % de los sufragios válidamente emitidos y se ha convertido en el Presidente de la República que regirá los destinos de la nación durante el cuadrienio 2018-2022.
Más allá de los reiterados augurios que se solazaron pronosticando una situación catastrófica según ganara uno u otro sector, la realidad ha terminado por imponerse y el país nuevamente ha mostrado madurez y responsabilidad en el ejercicio de uno de sus derechos más fundamentales: escoger sus autoridades expresando su voluntad soberana debidamente asumida.
Aunque ya casi no llama particularmente la atención, el nivel de abstención sigue siendo muy alto y será deber ineludible de quienes han sido elegidos para los cargos de Presidente y de congresales, trabajar por restablecer la dignidad de la función pública no solo a través de mensajes y promesas relativamente difusos sino por medio de ejemplos de austeridad y sobriedad que demuestren que quienes han sido mandatados por los ciudadanos para regir la polis han comprendido que su tarea es claramente de servicio al bien común y al interés general de la sociedad.
El resultado es claro e incuestionable, pero deja establecido, cualesquiera que sean las razones y argumentos que se esgriman, que la opción triunfadora (lo mismo le habría sucedido al postulante oficialista, en su caso) deberá enfrentar un panorama complejo. Teniendo presente la nueva composición del Parlamento, el Ejecutivo se verá obligado a buscar puntos de encuentro para cumplir sus compromisos programáticos. En ambos lados, surgirán las voces radicalizadas presionando ya sea para hacer borrón y cuenta nueva en todo lo que se ha avanzado en materias valóricas o de consagración de derechos sociales, ya sea para impedir que se negocie o se transija sobre determinadas materias.
Permanentemente hemos insistido en la necesidad de priorizar claramente los problemas más acuciantes que sufre la sociedad chilena, de forma de encararlos a la brevedad, sin dejarse conducir por los grupos de presión o de poder que más destempladamente vociferan. Con un mínimo de generosidad y de sentido de la solidaridad, siempre será posible encontrar territorios comunes en los cuales confluir para dar debida atención a los más postergados y vulnerables.
La primera responsabilidad a este respecto la tiene, sin duda, el nuevo mandatario, quien deberá entender que desde hoy ha dejado de ser el abanderado o el caudillo de un sector y de sus intereses particulares, para asumir el deber de conducir con amplitud de criterio el avance de un país que siente la exclusión, la inequidad y la injusticia como heridas abiertas que necesitan ser atendidas.
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