«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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Editorial: Chilenos de cuarta

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Nuestro país se ha ido acostumbrando a hacer las cosas mal.

Las elites políticas (que operan desde el Gobierno, el Congreso Nacional, las directivas de los partidos políticos…), las elites económicas y financieras (que operan desde las empresas de propiedad de las doce grandes familias y,  más específicamente,  desde los bancos e instituciones financieras, todos los cuales se reúnen en poderosos gremios), las elites comunicacionales que controlan virtualmente la totalidad de la prensa escrita y gran parte de la televisión chilena, configuran un entramado que es de temer.

Dicha trama  se asienta territorialmente en la Región Metropolitana (que se prepara para congregar muy pronto a   un 45% de la población nacional)   y,  más específicamente, en  cinco comunas  privilegiadas: Las Condes, Vitacura, Providencia, Lo Barnechea y Santiago. Desde ese epicentro  de poder se actúa como un fuerte  grupo de presión y se toman las grandes decisiones que determinarán las inversiones  y, por consiguiente, el destino y el crecimiento de Chile.

La economía de mercado, por su propia naturaleza, está fatalmente destinada  a la concentración, efecto que no solo se manifiesta en el campo de la creciente acumulación de la riqueza en un grupo de privilegiados  – cosa que ya nadie se atreve ni siquiera a discutir – sino también en el plano de la radicación de la población, la instalación de nuevas actividades productivas, la ubicación de los centros de educación superior, etc.

Las consecuencias que derivan de esta realidad son evidentes. Como casi una cifra cercana a la mitad del electorado habita en  la Región Metropolitana o gira en torno a ella, se genera una presión constante para la inversión de recursos públicos en esa área. Ya a nadie llama la atención que día a día  se anuncie la inversión de millones y millones de dólares en nuevos parques, ríos navegables, kilómetros y kilómetros de nuevas redes de metro, teleféricos, etc.,  todo lo cual  muestra la tremenda inequidad territorial del país al mismo tiempo que esconde la dramática injusticia social  que se oculta en el seno de la propia conurbación capitalina.

Desde hace casi un siglo y medio, Chile experimenta un proceso de “desarrollo local”  y “regionalización” que solo sirve para guardar las apariencias pero que jamás ha generado respuestas de fondo que quiebren la línea concentradora y posibiliten un desarrollo armónico del país. Desde la remota “comuna autónoma” del siglo XIX, pasando por las fallidas “asambleas provinciales” del siglo XX, hasta llegar a  los Gobiernos Regionales actuales, la constante ha sido que se entreguen mínimas  atribuciones como una dádiva  sin los recursos correlativos  pues se parte de la base de que los “provincianos” aún no están preparados para gestionar su propio destino. El caso más grotesco lo constituye la famosa Subsecretaría de Desarrollo Regional, ente centralista al cual deben peregrinar alcaldes y autoridades diversas de todo el Chile real para conmover al burócrata de turno tras recursos  que les son asignados de acuerdo a  simpatías personales o políticas.

Hay datos que es bueno tener presente.

Las 20 comunas menos pobladas del país, de las cuales 16 se encuentran en las zonas extremas, reúnen en total  21.004 habitantes. Esos chilenos,  en general, carecen de salud, educación, alimentación, servicios básicos, comunicación con centros poblados más importantes,  y están condenados a extinguirse paulatinamente pues sus hijos se verán obligados a emigrar. Otras tantas comunas, pese a tener mayor niveles de cercanía, agonizan en el aislamiento y su drama solo se percibe cuando son aplastadas por las avalanchas de lodo o de nieve o cuando una escena televisiva exhibe a sus niños viajando en una cámara de neumático a través del mar para poder asistir a la escuela.

La solución,  concebida  en los escritorios  del poder, se encuentra en la creación de nuevas regiones y nuevas comunas para alimentar la ilusión de la gente con la idea de que las cosas están cambiando pero el mero transcurso del tiempo permite demostrar que todo sigue casi igual.

En 2020, junto a las votaciones municipales, la ciudadanía tendrá la oportunidad de elegir a la nueva figura del “Gobernador Regional”, autoridad que tendrá, por supuesto, una importante  legitimidad democrática pero que  deberá coexistir con el  “Delegado Presidencial” quien  mantendrá la totalidad de las funciones y responsabilidades de gobierno interior además del mando jerárquico sobre la totalidad de las Seremis, lo que preservaría el carácter unitario de la institucionalidad política.

El desencuentro  consecuente será inevitable. Diversos sectores ligados a la coalición gobernante, ya  están presionando para que se pospongan estas votaciones regionalizadoras sine die,  pues consideran que  la nueva institucionalidad generará problemas. Pero,   es posible que en este caso el conflicto termine siendo sanador. Si las Regiones toman debida conciencia de lo que está en juego, deberán luchar por la aprobación, previa a las elecciones,  de una legislación  adecuada  que norme el traspaso de competencias  superando las transferencias meramente cosméticas ya  anunciadas,  y que establezca  criterios transparentes de asignación de recursos para superar las arbitrariedades y avanzar progresivamente y en plazos acotados hacia una equidad territorial impostergable.

El día en que deje de haber chilenos de cuarta categoría a lo mejor está todavía muy lejano pero si no empezamos a caminar ahora tras esa meta ¿Cuándo?

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