Editorial: ¿Existe un país llamado Chile?
Por supuesto que si se busca en los mapas del mundo o en los diccionarios o en Wikipedia, la respuesta es afirmativa. Si se busca en la nómina de los integrantes de los grandes organismos internacionales ya sean estos jurídicos, políticos, deportivos o de cualquiera naturaleza, también aparece Chile como uno de sus miembros. Podría, en consecuencia, considerarse que la pregunta en cuestión es bastante absurda, pero la duda la planteó Nicanor Parra cuando dijo: “Creemos ser un país y la verdad es que somos apenas un paisaje”.
Un análisis conceptual mínimo lleva a considerar que existe un país en los casos en que una determinada comunidad humana se asienta sobre un territorio específico y se da una institucionalidad político-jurídica que le permite proclamarse como soberano, es decir con capacidad de autodeterminarse.
El territorio de cada Estado puede sufrir alteraciones a lo largo de su historia, ya sea por causas naturales, políticas o bélicas. La institucionalidad, asimismo, puede variar por diversas razones e incluso se puede perder la soberanía al ser sometido al dominio de Estados más fuertes y poderosos. Sin embargo, finalmente es la comunidad de seres humanos que pueblan un espacio del planeta lo que constituye la esencia de un país.
Tradicionalmente a este grupo se le caracterizaba por compartir un pasado, es decir por tener un origen común marcado por su raza, por su lengua, por sus costumbres, por su historia, por sus mitos y creencias, por su cultura, todo lo cual configuraba un acervo que lo marcaba y lo distinguía de otras agrupaciones que tenían sus propio patrimonio y características. Mas, en la era moderna las migraciones, los desplazamientos voluntarios o forzados, la búsqueda de nuevas oportunidades, la globalización de la información y de las comunicaciones, el desarrollo científico y tecnológico, son algunos de los factores que han llevado a que cada una de estas comunidades se haya reconstruido bajo el parámetro de la heterogeneidad.
Nuestros mundos han pasado a ser diversos. En las calles y ciudades nos encontramos con frecuencia con centenares de personas cuya tez es más morena o más rubia, cuyo dejo y acento nos llaman la atención, cuyo idioma desconocemos. No son ni mejores ni peores, solamente son distintos, tan distintos como lo fueron en tiempos remotos nuestros antepasados de procedencias distantes que, por razones buenas o malas, que muchas veces ignoramos, llegaron hasta este suelo entonces sin nombre.
Las cosas claras: La esencia del país radica en su comunidad humana, integrada por todos los que hoy vivimos en este territorio, por nuestros padres y ancestros que llegaron hasta acá buscando construir una esperanza, por las mujeres y hombres que habitaban desde antes en este suelo muchos de los cuales a su vez también vinieron desde otros lugares, por los migrantes que ven la posibilidad de abrir un camino a sus familias y a sus hijos, y, también, por los cientos de miles de chilenos esparcidos por todo el mundo y que en su añoranza reconocen aquí sus raíces.
Las cosas son así. Esa es la realidad que nos demuestra palmariamente que lo que reconocemos como “nuestra patria” no es más que un paisaje que nos ofrece innumerables posibilidades pero que reclama nuestro esfuerzo y nuestra responsabilidad.
Trabajar día a día por nuestro desarrollo personal, familiar y social es nuestra obligación la que está indisolublemente unida a la realidad y al destino de los demás. Yerran el camino aquéllos que creen que pueden construir sus vidas en barrios segregados protegidos por cercos, alambradas, alarmas y drones; que sueñan con un Estado que castigue implacablemente y encarcele a diestra y a siniestra; que piensan que sus privilegios y abusos constituyen un derecho intocable; y que no logran entender que una buena vida en sociedad solo la podemos edificar sobre bases sólidas de equidad social.
A partir de marzo de 2018, este Chile comenzará a vivir una nueva etapa aunque el horizonte no se vea muy bien aspectado. Más allá de quienes sean los nuevos gobernantes, resultará imprescindible, entonces, que la ciudadanía asuma el rol que le corresponde y exija de sus representantes respuestas concretas a los acuciantes problemas que agobian a diversos sectores de la sociedad. A esta altura de los tiempos, no resulta aceptable que miles de compatriotas subsistan bajo la línea de pobreza, y que sobrevivan en campamentos que violan la dignidad humana mientras la prensa tradicional busca embriagarnos de felicidad contándonos que unos cuantos privilegiados ingresan al ranking de las mayores fortunas del mundo. Rota la inercia, superados el conformismo y la aceptación resignada de estas situaciones extremas, será posible comprometernos en hacer efectivos derechos sociales básicos como la salud, la educación y la seguridad social mínima.
Las “fiestas patrias” deben ser algo más que un baile, un desfile y un agitar de banderas. Si algún significado real pueden tener es ayudándonos a aprender a convivir sobre bases de solidaridad, de justicia y de respeto mutuo. Solo caminando en esa dirección, será posible que realmente podamos llegar a ser una nación.
Esta Editorial es tan cierta, que nos intimida. Pero, debemos asumir la responsabilidad ciudadana, y abrir los ojos para ver esta alarmante realidad actual. El paisaje es hermoso, pero ¿A quién le pertenece? Para colmo, hoy existe un individualismo extraordinario en la sociedad , y aquello de pertenecer a una comunidad, ya no existe. Y seguimos cantando : » … Y verás como quieren en Chile, al amigo cuando es extranjero».