«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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EDITORIAL: NADA ES VERDAD NI ES MENTIRA…

Se ha destacado que el término “posverdad” constituyó el principal neologismo aparecido en el año 2016. De hecho, ha sido preocupación de académicos, analistas, politólogos, periodistas.

La expresión misma es, de por sí,  bastante ambigua. Naturalmente, pudiera deducirse que está destinada a ser  utilizada para referirse a  algo que va “después de la verdad” o “más allá de la verdad”. Sin embargo, está siendo entendida y aplicada para definir situaciones en las cuales los hechos objetivos, los datos duros e incuestionables que nos presenta la realidad,  influyen menos en la formación de la opinión pública que los textos que apelan a las emociones subjetivas, a las creencias individuales de cada uno.

La masiva  irrupción  en la vida en sociedad de la “posverdad”, ha sido causada primordialmente por el auge de los medios de comunicación electrónicos que facilitan la expresión masiva e irresponsable no sólo de opiniones sino de informaciones que, aunque carezcan de toda base, buscan coincidir con la subjetividad del receptor del mensaje entregándole precisamente lo que éste quiere leer o escuchar y que le permite reafirmar sus convicciones preestablecidas o sus prejuicios, sin que exista la posibilidad de la duda o del cuestionamiento.

Es un hecho que, en materia periodística o comunicacional, la verdad objetiva simplemente no existe. Hasta en casos tan comunes como pudiera ser un accidente del tránsito, la visión de lo acontecido estará determinada por la ubicación del testigo eventual, por sus experiencias anteriores, por su capacidad sensorial, etc.

Sin embargo, mirando las cosas desde la perspectiva de la moral profesional, es deber del informador (y, por sobre él, del editor y del director de un medio) aproximarse en el mayor grado posible a esa verdad teórica accediendo a una diversidad de fuentes imparciales.

En el marco descrito, es lamentable constatar los graves déficits que en este campo presenta el periodismo nacional, especialmente la prensa escrita. Los grandes medios, tan profundamente ligados a grupos empresariales poderosos, si bien habitualmente consignan mucha información sólida sobre los acontecimientos, claramente buscan conducir al receptor de la información a que piense tal como el editor quiere que se  piense.

En general no se miente,  pero se altera la realidad que se muestra al lector  a través de la forma en que se titula, de la terminología que se usa, de los datos que se silencian u ocultan, de los expertos cuyo análisis  se requiere e incluso de los columnistas presentes en sus páginas de opinión o de la dirigida selección de “cartas al director” que se publica.

De hecho, la “posverdad”   (que tiene poco de verdad y mucho de manipulación) ha estado presente desde siempre en el periodismo, en mayor o menor grado. Pero, si se mira la evolución de la actividad en el largo plazo, es fácil constatar que ella ha experimentado un notable progreso tecnológico que no ha ido a la par con la fuerte regresión valórica que se ha sufrido. Durante el siglo XIX y principios del XX, la prensa nacional tuvo una clara presentación política ante el público y, así, éste pudo acceder a medios que expresamente se definían  como conservadores, radicales, demócratas o liberales lo que implicaba franqueza y transparencia frente al lector pero sesgaba su lectoría. Luego,  estos medios buscaron ofrecer apariencias de independencia e imparcialidad para llegar a un público más amplio pero entraron claramente a un campo minado en materia de ética comunicacional.

Las próximas elecciones presidenciales constituirán una prueba de fuego para el periodismo chileno. Tal como el sector público ha avanzado notoriamente en transparencia, también deben hacerlo los medios. Si en los próximos meses fuesen capaces de hacer públicos los grupos de interés o de presión a los cuales están ligados, de definir editorialmente sus preferencias electorales (tal como lo han hecho muchos  de los medios estadounidenses) y de separar claramente lo que constituye opinión de lo que constituye información, se habrá dado un  paso importante en la consolidación de la  democracia.

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