
Editorial: “NO HAY UN (…….) PESO”
El Presidente Ejecutivo de Codelco, Nelson Pizarro, se ha referido en términos muy chilenos a la grave situación de la empresa que otrora fuera calificada como “la viga maestra” de la economía nacional o como “el sueldo de Chile”.
Los errores históricos cometidos en su manejo, durante sucesivos gobiernos de distinto signo, la han llevado al punto en que se encuentra actualmente.
Agobiada por un verdadero impuesto del 10% sobre sus ventas, una sobredotación sostenida de personal y una utilización de recursos con fines ajenos a su naturaleza, descapitalizada al tiempo que en los últimos años aportaba 56 mil millones de dólares al Fisco, la crisis era inminente. Si a ello se suma la convicción, aún vigente, en cuanto a que el cobre alcanza para todo, simplemente se está cerca de revivir la tristemente célebre experiencia del salitre.
La administración de la empresa realiza ingentes esfuerzos para reducir costos, renovar tecnologías y abordar nuevos proyectos, tarea que significa sacrificios en todo sentido para Codelco mismo y para el país entero y cuyos resultados tardarán varios años en concretarse positivamente.
Frente a ello, la pregunta que surge y que debe golpear nuestra conciencia como nación, es la siguiente: ¿Estamos actuando en consecuencia con lo que decimos? ¿El Estado (y específicamente su Gobierno, su Parlamento, sus Municipios, la amplia red de sus instituciones y organismos, los servidores públicos) y la sociedad toda, estamos asumiendo la cuota de responsabilidad que a cada uno de nosotros nos corresponde?
Hace pocos días se conoció la información ( ¡maldita transparencia! ) de que se habían gastado prácticamente 25 millones de pesos en grabar un jingle destinado a promover el proceso constituyente. Se trata de una cantidad menor sin duda, pero refleja la desaprensión con que nos hemos acostumbrado en cuanto al manejo de los recursos públicos.
Es hora de asumir la realidad, lo que significa un compromiso activo, institucional y personal, con la sobriedad, eficiencia y eficacia que impone el manejo de recursos que son escasos.
Priorizar bien, hacer las cosas bien a la primera vez, hacer efectivas las responsabilidades a todo nivel por los trabajos mal hechos y obras mal ejecutadas, sancionar ejemplarmente todo acto de corrupción y de defraudación de fondos públicos, son algunas de las numerosas actitudes que deben asumirse.
El Estado somos todos nosotros. Cuando se defrauda malversando recursos públicos, no realizando nuestras labores y exigiendo con cinismo que se nos paguen los días no trabajados, abusando mañosamente de beneficios legales, en verdad no sólo se está hiriendo a los más carenciados y vulnerables de la comunidad en que vivimos sino que estamos perdiendo lo más valioso que debiéramos tener: nuestra dignidad como pueblo y como seres humanos.
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