«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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La ciudadanía ya habló

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

De acuerdo a la normativa vigente, el pasado domingo 17 de diciembre se realizó la “segunda vuelta” del proceso destinado a elegir un nuevo Presidente de la República para el cuadrienio 2018-2022. Los comicios se desarrollaron procedimentalmente de manera impecable y, en verdad, el país debe sentir sano orgullo   de los servicios electorales tanto en cuanto a la gestión misma como a la oportuna entrega de los resultados.

Los gestos republicanos consiguientes, insertos en una sucesión política de signo contrario, y el leve pero significativo aumento de participación, constituyen muestras de que puede seguirse avanzando en la consolidación de una democracia madura. Las inepcias de dos parlamentarios comunistas para explicar los resultados y los gestos de jóvenes triunfadores cargados de odio con rasgos facistoides, no alcanzan para manchar la elección y solo constituyen muestras de sus propias mediocridades personales.

En el momento en que todo preanunciaba un resultado estrecho, la expresión ciudadana fue clara y contundente,  hasta el extremo de dejar en el más absoluto desconcierto a las colectividades políticas derrotadas.

Es difícil, por cierto, hacer de esta concatenación de hechos políticos una lectura adecuada. Un simple cotejo entre las cifras de noviembre y las de diciembre, permite constatar que en la primera etapa se registró un cierto equilibrio entre los sectores en pugna con predominio de una centro-izquierda heterogénea. Por el contrario, el balotaje marcó una nítida victoria de Sebastián Piñera que muchos han visto como un gran triunfo personal.

Precisamente, por esa razón, el futuro estará marcado por la habilidad que pueda exhibir el mandatario electo en el manejo de los duros desafíos que le presenta la realidad. Es evidente que sectores más extremos  buscarán, por un lado,  imponer sus consignas a través de la expresión vociferante en las calles haciendo cuanto les sea posible para dificultarle  su gestión, en tanto que, por otro parte, la ultraderecha le presionará para retrotraer la realidad a un pasado regresivo y autoritario que ya se fue.

En la medida en que el próximo Presidente deje de lado los ideologismos dogmáticos y se proponga abordar los principales problemas de la sociedad con sensatez y equilibrio, podrá ir consolidando paulatinamente su gobierno. Por el contrario, si eventualmente reincidiera en los graves errores de su anterior período (gabinete tecnócrata-empresarial) las cosas obviamente se le complicarán.

Si bien el listado de los requerimientos de la sociedad es enorme, el mandatario debiera priorizar, en lo sustantivo, aquéllos en que el consenso de la comunidad en cuanto a su urgencia e importancia es generalizado. En tanto, en lo adjetivo o instrumental deberá abocarse a avanzar en reformas que le permitan, tanto a él como a quienes le sucedan en el ejercicio del poder, cumplir,  de forma eficaz y eficiente, sus tareas.

Aunque no voten, no se manifiesten ni protesten, el “problema” de los niños vulnerables del país es una realidad que violenta nuestras conciencias y que increpa con vehemencia a todos los sectores del país. Su realidad no solo se limita a la crisis del Servicio Nacional de Menores o a posibles modificaciones o subdivisiones  administrativas, sino que va mucho más allá, toda vez que implica a millones de seres vulnerados permanentemente en su humanidad, en sus dignidad, en sus derechos, al mantenerlos excluidos de buenas prestaciones sociales (educación, salud, recreación, integración….) comprometiendo su desarrollo como personas. Si el futuro Presidente lograra posicionar este tema en el alma de Chile, obligando efectivamente a colectividades políticas, a medios de comunicación, a entes de la sociedad civil, a grupos religiosos, al poder empresarial,  etc., a comprometerse a fondo con su abordaje,  relevándolo como un motivo central de nuestra existencia como nación,  no solo estaría cumpliendo con una responsabilidad gubernativa  sino que estaría allanando el camino para progresivas concordancias en materia de políticas públicas.

Paralelamente, en lo operacional, debe trabajarse en una reforma de fondo a la administración del Estado. Ya no sorprende ver que, frente a cada problema,  la respuesta (bien poco creativa, por lo demás), tanto de izquierda como de derecha, ha estado en  la creación de nuevos ministerios y servicios, configurándose así una burocracia elefantiásica en cuya maraña de funcionarios y papeles agonizan las urgencias y demandas de las personas. En reiteradas oportunidades hemos denunciado como en diversas áreas de la gestión del Estado, los recursos que llegan efectivamente a la gente no van más allá de un cincuenta por ciento. No solo se trata de  suprimir operadores políticos (lo que está muy bien, por lo demás) para sustituirlos por otros más afines (como sucedió en su tiempo con los “encargados territoriales” que designó una intendenta de triste memoria),   sino de hacer posible una gestión ágil y de resultados concretos. La reforma del Estado es, hoy por hoy, la condición sine qua non para una sociedad moderna.

Por supuesto, hay mucho más sobre lo cual reflexionar. Lo claro es que la ciudadanía ya se pronunció y que de la capacidad de hacer confluir diversos puntos de vista sobre materias específicas, puede depender como se avance.

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