«Aquellos o aquellas que creen que la política se desarrolla través del espectáculo o del escándalo o que la ven como una empresa familiar hereditaria, están traicionando a la ciudadanía que espera de sus líderes capacidad y generosidad para dar solución efectiva sus problemas.»

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La hora de los quiubos…..

Ayer, sin pena ni gloria, se cumplió una vez más con uno de los rituales formales  de una democracia: elegir sus autoridades locales. La elevada abstención era claramente previsible. A la decadente confianza cívica, alentada por el afán enfermizo de perpetuarse en los cargos y por un juicio profundamente negativo acerca del actuar ético de los mandatarios ciudadanos, se sumó el garrafal error de los servicios del Estado responsables del proceso electoral que, palabras más, palabras menos, permanecerán por largo tiempo en la impunidad.

Los resultados arrojaron pocas sorpresas y, como es ya costumbre, todos son ganadores, incluso los perdedores.

En este portal, se ha insistido majaderamente tanto en la obligación moral que tienen los ciudadanos en cuanto a concurrir a expresar su voluntad (aunque sea anulando o votando en blanco) como en afirmar que el régimen democrático no se sustenta y no se agota con el depósito periódico de un papelito dentro de una caja destinada a tal efecto.

Alcaldes y concejales, sin perjuicio de situaciones discutibles y que darán origen a reclamaciones por parte de quienes se sienten afectados, serán oficialmente proclamados y deberán asumir sus funciones.

Un grave error de apreciación cometerían unos y otros si no fuesen capaces de darse cuenta de que los tiempos han cambiado.  Poco a poco, el país ha avanzado hacia la toma de conciencia de una ciudadanía que se empodera y que va a exigir el cumplimiento de las obligaciones propias de cada cargo.

Aquéllos que han visto en las funciones de gestión local un trabajo liviano y bien remunerado o el punto de inicio de una carrera política que satisfaga sus aspiraciones personales o familiares, se encontrarán con el control y el juicio implacable de los ciudadanos que exigirán el cabal cumplimiento de las tareas que les asigna la ley y de las promesas que livianamente efectuaron durante la campaña. Situaciones inaceptables como las de abandonar sus cargos para ir tras otro de nivel superior;  como las de perpetuarse en la función pública considerándola como si fuese un patrimonio personal y hereditario; como las de sostener el vergonzoso principio de que “el que tiene mantiene” cerrando así las puertas a una legítima y conveniente renovación, definitivamente ya dejarán de ser toleradas.

La gestión de la cosa pública deberá enfrentar el ojo avizor de los vecinos que no aceptarán ningún grado de corrupción; que exigirán transparencia total en los organismos respectivos; que no tolerarán el uso abusivo de los recursos en campañas publicitarias y no informativas; que  enjuician negativamente a quienes utilizan su función para pasearse insaciables en el mundo de la vida social.

La democracia que viene será una democracia fiscalizadora y participativa. Las crisis constituyen oportunidades para superar errores y también para aprender a hacer mejor las cosas. El mundo ciudadano exigirá calidad de gestión y eficiencia y no permitirá que se juegue con sus demandas.

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