«El afán de riquezas es una gravísima enfermedad, capaz de corromper no solo el ánimo humano, sino también la sociedad y la vida civil».  Anónimo.

 

 

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¿Qué país se nos viene?

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

El proceso  que culminó ayer con las  votaciones para  Presidente de la República, parlamentarios y consejeros regionales,  independientemente de su resultado, constituyó un duro revés para la sociedad chilena.  En los hechos, el país  desperdició  una oportunidad única para avanzar en la   formación de una cultura cívica mínima  que es lo que reclama cualquiera comunidad organizada, como en cuanto a la mala  imagen que se proyectó  nacional e internacionalmente por la pobreza del debate.

Nuestro país, que en muchos períodos de su vida republicana   se caracterizó por la profundidad y seriedad de sus debates, por la madurez y preparación de sus líderes, por su capacidad de encuadrar el natural desencuentro de posiciones  en función de  cuestiones fundamentales, simplemente perdió el rumbo.

No poca responsabilidad en esto han tenido los partidos políticos que tras su resurrección  post dictadura, perdieron su naturaleza esencial que era la de servir de vasos comunicantes entre la ciudadanía y quienes ejercían el poder. Capturados por elites políticas armadas especialmente en torno a los apetitos parlamentaros, se dejaron corromper por los tradicionales detentadores del poder, sucumbieron ante los halagos de los medios de comunicación y, en líneas generales,  no fueron capaces de comprender que su  misión era ponerse al servicio de los sectores más postergados, para organizarlos e involucrarlos en el rescate de sus propios derechos asumiendo sus correspondientes responsabilidades.

Es fácil constatar que estas casi tres décadas de democracia (que sin lugar a dudas  han traído significativos avances) se han caracterizado crecientemente por una especie de “despotismo ilustrado” en que se han hecho muchas cosas “en favor del pueblo” pero “sin el pueblo”, en que ha estado siempre predominando el paternalismo como una actitud de un  Estado siempre dispuesto a repartir beneficios en la medida en que el precio del cobre y la situación de la caja fiscal lo hagan posible.

Pareciera estar  fuera de toda discusión que la sociedad chilena tiene graves problemas estructurales, los cuales se expresan en la escandalosa concentración de los ingresos en manos de una veintena de familias, en la perpetuación de bolsones de pobrezas y en un clasismo inaceptable en una verdadera democracia. En un país profundamente fragmentado en lo social y en lo económico,  se hace difícil siquiera imaginar la construcción de un entorno integrado en el cual se reconozca efectivamente la dignidad de todas las personas en todos los aspectos de la vida en común, y en que los beneficios del desarrollo beneficien a todos quienes directa o indirectamente han aportado  a su logro.

Precisamente, nuestros próceres contemporáneos poco han aportado a elaborar un sueño de país que convoque a los diversos sectores que están presentes en los variados ámbitos de la vida nacional.

Por supuesto que los grupos y líderes más conservadores, aunque no lo digan expresamente,  están conformes con el actual estado de cosas, carecen de todo interés  por reformar las estructuras vigentes y sólo ofrecen la posibilidad de un chorreo cuando se alcance un nuevo estadio del desarrollo.

De ahí que corresponda a quienes pretenden avanzar hacia un modelo alternativo,  asumir sus propias obligaciones,  lo que exige trabajar en un marco de honestidad, sobriedad de vida, eficacia y solidaridad, marco que implica ser capaces de superar la cultura imperante del individualismo excluyendo el lucro y el egoísmo como razón de ser de  nuestras vidas. Es necesario para ello, desprenderse del pesado bagaje de las respuestas ideológicas trasnochadas que definitivamente no se condicen con lo que la gente quiere y con lo que el país necesita. El Estado tiene un papel muy claro que jugar no limitándose a cumplir  un rol pasivo y subsidiario sino asumiendo sus deberes como gestor del bien común pero, a estas alturas de los tiempos, pareciera absurdo pretender entregar todo al Estado y pretender esperar todo del Estado, tan absurdo como pretender que sea el mercado el que domine, regule y  conduzca nuestras existencias.

Avanzar hacia una sociedad más humana solo es posible en la medida en que seamos capaces de provocar un cambio cultural de fondo. Perfilar una economía más humana, impulsando una vasta red  de emprendimientos no capitalistas, tales como las empresas pequeñas y medianas, las empresas familiares, las empresas cooperativas y mutuales, etc., permitiría empoderar a otros sectores de la sociedad y contribuiría a formarnos en valores más positivos.

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