«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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A emprender, muchachos! (II)

Como hicimos presente en nuestro comentario anterior, es bastante difícil que una economía capitalista alcance un nivel de desarrollo que implique “pleno empleo”. Más que difícil, es imposible. Hay quienes creen que la solución se encuentra en el “socialismo”,  cuyas expresiones históricas no han significado otra cosa que modelos de “capitalismo de Estado” en que se ha sustituido  al “patrón privado” por el “patrón Gobierno”, representado éste por las burocracias o nomenklaturas partidistas. Consecuencias: dictadura política, salarios mínimos uniformes, sindicalismo controlado, carencia de libertades, falta de innovación, ineficiencia. Un caso especial, por supuesto, es el de la República Popular China que ha buscado combinar el control político a través de la dictadura del Partido con importantes elementos de mercado, hasta aquí, según las cifras, con bastante éxito.

En el marco de la realidad descrita, no es aconsejable mantenerse soñando  con un empleo estable, bien remunerado y en que se permanezca toda la vida. De ahí que sea conveniente considerar la posibilidad de “emprender”.

El “emprendimiento” significa riesgo. Ganar o perder. Y eso se da aquí, en Burundí o en los Estados Unidos. Es un factor que hay que tener presente tanto para acotar los costos que derivan de perder como para tener la capacidad de volver a emprender. Bielsa dixit: “En el fracaso,  me hago más fuerte”.

El punto de partida del “emprendedor” es, por supuesto, una “Idea de Negocio”. Al implementarla es posible que, con un golpe de suerte, le  vaya “bien” o “muy bien”, es decir que intervenga el azar. Sin embargo, no siempre eso ocurre y, por lo tanto, parece más lógico tomar decisiones racionales.

Si se pretende actuar evaluando adecuadamente la iniciativa, podrían señalarse, en breve los siguientes pasos:

  • Seleccionar bien la “idea” que se pretende trabajar, comparándola con otras alternativas posibles;
  • Efectuar un buen análisis de mercado, es decir precisar de la manera más realista posible quienes serían los consumidores de los bienes o servicios que se pretende producir o entregar. Un punto de especial interés reside en una mirada de futuro: ¿Qué posibilidades existen de que en el futuro inmediato o mediato pueda instalarse un competidor en el mismo rubro, con mayores espaldas financieras? En tal caso ¿cómo enfrentaría esta situación?
  • Definir una estrategia de “mercadeo”, es decir qué herramientas de publicidad o relaciones personales o sociales se utilizarán para que mis bienes y servicios sean conocidos por los consumidores, para que los prefieran frente a otras alternativas disponibles.
  • Realizar un buen “análisis técnico” para precisar con el mayor rigor posible que elementos se necesitarán: maquinarias, tecnologías, servicios profesionales ocasionales o permanentes, etc. etc. con sus respectivos costos.
  • Realizar un muy buen “análisis financiero” del proyecto que considere dar adecuada respuesta a cuestiones que terminarán decidiendo la viabilidad del proyecto: Monto de la inversión requerida, Fuentes de Financiamiento (si no se dispone de capital propio será necesario recurrir a un crédito, lo que tiene un costo relativamente elevado), Planeación Financiera y Flujo de Caja lo más realista posible (día a día, mes a mes, cuáles serán los ingresos y cuáles serán los egresos) sin olvidar que hay una gama amplia de obligaciones impostergables: arriendos, servicios (agua, luz, gas, fono…), pago de insumos, remuneraciones (incluidos retiros mínimos personales  del emprendedor, impuestos (IVA, pagos provisionales mensuales….), servicio de las cuotas de crédito,  factores todos que incidirán en determinar cuál será el “punto de equilibrio” del negocio.

Si el emprendedor carece de los conocimientos necesarios para realizar todas estas tareas “pre-competitivas” siempre es aconsejable recurrir a la oportuna asesoría de personas o instituciones especializadas. Con frecuencia, los emprendedores prefieren ahorrarse este “gasto” olvidando que, como reza el conocido refrán, “lo barato cuesta caro”. En los casos en que la asesoría concluye afirmando que el proyecto “no es recomendable”, bien vale la pena escuchar las críticas y observaciones, detenerse, reestudiar la situación y replantearse el proyecto o, en el peor de los casos, postergarlo o desecharlo definitivamente.

La obsesión del emprendedor puede llevarle al peor panorama imaginable: Fracasar por no haber apreciado la realidad como se debe,  incluso comprometiendo su estabilidad personal y familiar.

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