
Editorial: Reflexiones sobre el miedo
El legendario periodista estadounidense del afamado diario Washington Post, Bob Woodward (cuyas acuciosas y tenaces investigaciones provocaron en su momento la caída del presidente Richard Nixon), entregó a fines del 2018, un nuevo texto: “MIEDO – Trump en la Casa Blanca”, que ha impactado profundamente al público lector del país del Norte.
El título deriva de uno de los incontrolables tuits del mandatario que resume en una sola frase su forma de pensar, de actuar y de gobernar. “El verdadero poder – ni tan siquiera quiero utilizar la palabra – es el miedo”. Aunque es muy probable que ni siquiera conozca al florentino Nicolás Macchiavello, sumo maestro del pragmatismo en política, el texto encuentra una curiosa afinidad con los consejos a quienes gobiernan, que éste dio, hace ya quinientos años, en “El Príncipe” : “Es mejor ser temido que ser amado”.
Trump, ¿qué duda cabe?, representa lo más excelso del populismo de extrema derecha de nuestra época. Aunque bajo el paraguas de su grito de guerra “America First”, aparentemente está llamando a exacerbar el patriotismo y el orgullo de ser estadounidense, el contexto sirve para clarificar sus reales intenciones. Así, cuando promueve la preeminencia del hombre blanco y alimenta su temor a ser superado por los afroamericanos o los latinos, cuando defiende el derecho irrestricto a usar armas, cuando acusa a inmigrantes de ser criminales, traficantes y violadores, cuando promueve la construcción de un vergonzoso muro, cuando fabrica externos monigotes de cartón para apuntar a ellos como amenazas vivientes, cuando califica a la prensa de su propio país como “los enemigos del pueblo”, simplemente está alimentando esa perturbación patológica del ánimo que termina por angustiar a las personas y generar en ellas un temor incontrolable.
Paradojalmente, el liberalismo que tiende a ver al Estado como un monstruo, un leviathan que trabaja incesantemente para tomar el control de todas las libertades individuales, al fomentar los sentimientos de temor y de inseguridad logra que los sujetos atemorizados desconfíen de sus propias capacidades para enfrentar y resolver sus problemas y desafíos y terminen entregando sus poderes y facultades a una autoridad política que toma decisiones por las personas. La democracia se transforma así inevitablemente en un rito formal, carente de todo contenido sustancial, pues, de hecho, ha sido privada de las verdaderas libertades personales, de toda capacidad de organización y de efectiva participación en la vida social.
Todas estas disquisiciones teóricas, lamentablemente tienen efectos concretos en el devenir y desarrollo de la comunidad en que se vive.
La religión (específicamente el “cristianismo” en el caso de Chile), más allá de las palabras, se asienta y desarrolla en torno a la amenaza del castigo eterno, en torno a la figura de un Dios sancionador, haciendo abstracción del principio de una moral racional que considera que el mal se encuentra en toda acción voluntaria o culpable con que nos causamos daño a nosotros mismos, a nuestros semejantes, a los seres animales y vegetales y al medio ambiente que sustentará a las nuevas generaciones.
Ello deriva en un ethos cultural que impide un abordaje racional de los conflictos y que, por el contrario, tiende a radicalizarlos sobre la base de la polarización de las posiciones y la visualización “del otro” como un enemigo al cual hay que temer y al cual hay que aplastar.
Si se quiere hacer un catálogo de la realidad, no resulta difícil ejemplificarla.
La delincuencia del pobre es denunciada con aspavientos por la “prensa seria” y sus lectores que quisieran ver tras las rejas a todos estos antisociales, al tiempo que muestran una comprensión compasiva hacia los hábiles hombres de negocios que estafan o defraudan al fisco y que saldrán libres tras el pago de una multa o la asistencia a unas cuantas clases de ética. El “conflicto mapuche” es presentado como la acción terrorista de grupos extremistas que amenazan a la gente de trabajo con demandas inveteradas silenciando la apropiación ilegítima de suelos ancestrales. El migrante es presentado como una amenaza que llega a quitarnos nuestros puestos de trabajo, a beneficiarse en educación y salud con la plata de nuestros impuestos, y que, además, nos traen plaga y enfermedades. Y así se podría continuar hasta llegar a la estúpida afirmación de que votar por un candidato determinado en la última elección era llevar al país a ser un “Chilezuela”.
Si se analizara la historia de todas las dictaduras, de izquierda y de derecha, que han estado presentes en el mundo, sería fácil constatar que en cada una de ellas, ha estado presente la censura de prensa, la quema de libros, el amedrentamiento personal y familiar, el temor al hambre y a la cesantía. Los dictadores, pese a sus bravuconadas, también tienen miedo. Y la única forma que tienen de defenderse es impregnando a la sociedad de un temor colectivo que asoma por todas partes.
El populismo de derecha se alimenta de la propagación de ese sentimiento vago pero real de inseguridad. Y por eso, si como sociedad no somos capaces de apoderarnos de nuestros derechos, de organizarnos y de abrir paso a una participación sólida y madura, serán otros los que tomarán la batuta.
Y entonces, será ya tarde para quejarse.
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