
Editorial: ¿Qué es esta cuestión de la cultura?
Un elevado porcentaje de la población del país tiene la sensación de que la “cultura” es algo más o menos sinónimo del “arte”. Así, se considera que una persona culta es aquélla que conoce y aprecia la música, que conoce y aprecia la pintura, que conoce y aprecia la literatura, por ejemplo.
Esta estimación, si bien no está en contradicción con la realidad, es muy limitada y restrictiva. La Cultura, al final de cuentas, es la forma en que expresamos nuestra relación con nuestro entorno tanto desde el punto de vista humano y personal, como al considerar el medio en que se desarrolla nuestra vida. En la medida en que somos capaces de respetar a los demás seres humanos, aceptando su individualidad y teniendo la debida consideración para con su dignidad y derechos tal como esperamos que nos sean aceptados y reconocidos a nosotros mismos, podemos afirmar que nos estamos desenvolviendo en un ambiente culto. Asimismo, en la medida en que el medio natural en que se desarrolla nuestra existencia lo protegemos, no solo porque lo necesitamos sino porque constituye el terreno en que se desarrolla la existencia de nuestros hijos y de todas las nuevas generaciones, estamos desenvolviéndonos como personas cultas.
Desarrollar estas consideraciones en los diversos campos de la vida en sociedad, es una tarea que casi no tiene límites. Basta echar una mirada al diario acontecer para darse cuenta, a través de centenares de casos concretos específicos, que “la incultura” es hoy un elemento que lamentablemente ha ido apoderándose de grandes espacios de la convivencia ciudadana al extremo de terminar siendo considerada como expresión de la normalidad.
No se trata, por supuesto, de un problema de clase social o económica como pretendería simplonamente más de alguien, sino de una forma de actuar que demuestra palmariamente que no hemos asumido valores fundamentales propios de una convivencia m{as o menos civilizada.
Por ejemplo, esto lo vemos en los medios de comunicación audiovisuales en que la ordinariez, la chabacanería, la grosería, se han impuesto creyendo que con ello será más fácil alcanzar mayor cercanía con las audiencias. Lo vemos en los conductores de la locomoción colectiva (y en los empresarios del rubro que están detrás de ellos) cuya norma de vida paradojalmente es no respetar las normas (velocidad, semáforos, bocina, respeto al pasajero y al peatón). Lo vemos en las redes sociales en que la excepción la constituyen los comentarios racionales y respetuosos y, por el contario, la regla la constituye el comentario anónimo, soez, injurioso, hacia todo aquél que manifiesta una opinión que no coincide con la nuestra. Lo vemos en los desarrolladores inmobiliarios y en las empresas constructoras cuyos proyectos solo visualizan el mayor negocio despreciando humedales, áreas verdes y respeto a las familias aledañas a sus obras. Lo vemos en las masas de estudiantes universitarios que van en auto a estudiar y se sienten con el derecho a estacionarse en aceras o en cualquier lugar prohibido. Lo vemos en los conductores de costosos vehículos de alta gama que creen que su dinero y el hecho de colgar un rosario o un denario en el espejo interior, los facultan para hablar por celular, para irrespetar las luces rojas, para hacer gala de la potencia de sus motores. Lo vemos en los asistentes a conciertos que atienden sus celulares en la mitad de la sinfonía. Lo vemos, en fin, en la actitud colectiva de botar basura en cualquier lugar y en el estudiante que cree que la óptima manera de defender sus ideales es rayando edificios públicos, privados y monumentos, y destruyendo mobiliario urbano.
La democracia, como sistema político, implica educar al ciudadano, a partir de sus primeros años de vida, dentro de un marco cultural fundado en el respeto. Formar en ciertos valores elementales que, por sobre beneficios o intereses económicos, simplemente nos hagan más grata y civilizada la convivencia comunitaria. No se trata de castigar, reprimir, multar, sancionar, sino de definir y solidificar algunos principios para que cada persona los asuma como propios. La educación formal en todos sus niveles, y la educación informal entregada a través de los medios de comunicación social tienen el deber moral de comprometerse en esta tarea.
El trágico asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca ha develado otro aspecto de esta realidad que la sociedad chilena no puede eludir. El revelador mensaje de un policía diciendo “Uno menos”, o los golpes sin control dados al adolescente que acompañaba a la víctima, nos muestran que nuestra policía uniformada se encuentra muy lejos de haber asumido una verdadera “cultura de la democracia”. Prevenir el delito, mantener el orden público, detener a presuntos delincuentes, son obligaciones que se encuentran dentro de la carta de deberes de estos funcionarios, pero estos deberes deben ejercerse con tino y mesura. Carabineros no es un ejército represor en combate y el respeto y la confianza ciudadanos, los reconquistará en la medida en que en el ejercicio de la fuerza legítima del Estado actúe con apego al derecho y a la justicia.
Concuerdo con el comentario de Corina,
En el tema de la cultura, nos calza perfectamente el famoso discurso del empresario mexicano-japonés Carlos Kasuga; casi todos los «sayos» que menciona nos quedan bien de talla.
http://ajedrezescolar.es/2010/01/sabia-conferencia-empresario-mexicano-japones-carlos-kasuga/
Gran y oportuna Editorial…
Justo lo que le falta al País: CULTURA.